hasta lo obsesivo y que hoy
apenas significan nada.
La bitácora de los que no tienen maldita prisa en regresar al hogar
imagina un mundo en que el diálogo fuera el paso previo para la contienda -es fácil si lo intentas-; donde la generosidad agraviara, la felicidad hiriera y la mentira fuera la única religión verdadera.
imagina el día en que, prohibido el arte por degenerado, contemplar el arcoíris se penara con la cárcel -no es difícil de creer-. "¡LIBERTAD!" clamaría el eslogan de un nuevo refresco energizante, mientras escuelas y hospitales serían marcados como blancos estratégicos.
Imagen cortesía de Iseo M.-M. |
sin duda es lo más sensato: reconocer que el sueño más nimio se evapora en el aire con los ecos de las campanadas que anuncian el nuevo año. y sin embargo, abrazada a una desconocida sobre el damero de la noche, aquí vuelves tú -¡pobre ilusa reincidente!-, para reafirmar tu fe en la justicia poética y los golpes de suerte, y poner una vez más a tus cítricos en fuga.
noche de sábado tras algún que otro exceso laboral. a la majadera sensación del deber cumplido y el salvífico baño de bosque matinal, sigue la inesperada invitación a la inauguración de la cervecería de un antiguo compadre de correrías. con el traje de prestar oídos recién planchado, se abraza con el amigo y tras un diálogo ralo pero eufórico, se integra discretamente en los corrillos de desconocidos. jarra a jarra, sin embargo, se desbrava su interés por el intercambio de anécdotas, reflexiones y ocurrencias varias, que desplaza hacia el minucioso escrutinio de las señales de seducción y esnobismo que alimentan cada gesto, inflexión, carcajada. hasta que, cansado de conjeturas patafísico-sociológicas, y agotados canapés, croquetas y dados de tortilla, aprovecha la repentina algazara con que es recibida la inevitable retahíla de éxitos retro, para eludir su turno en el karaoke y marcharse a la francesa.
aislamiento, al que instintivamente te entregas cuando, absorta en la visión espectral del flujo nocturno de la autopista -con sus cuerpos de acero, sus extremidades neumáticas y sus parpadeos sin alma-, eres incapaz de filtrar signo de humanidad alguno.
por los corredores del hormiguero urbano, se desborda el mundo con frenética y jovial impostura, infatigable en su incitación a superar los límites más resbaladizos. sin embargo, aferrada a una añeja desconfianza rayana en la timidez, tu curiosidad resiste los cantos de sirena y alimenta su indiferencia en el círculo vicioso de los libros, filmes e himnos de juventud.los odiaba. fuera por su empaque, las pintas que gastaban o los trabajos que desempeñaban. a pesar de las afinidades, por buenas que fueran las expectativas, más temprano que tarde, la convivencia se volvía insostenible. eran para mí moluscos presuntuosos, guitarras de alma torcida, jacintos fragantes hasta la náusea.
los había calado desde el primer instante. al empollón de la clase y al pardillo en la calle, al mocito de mirada luminosa y borrasca interior; al rebelde sin causa, al anarco sin barricadas, al traficante de camaradería con elogios sin fondos; al rockero amaestrado, al electricista sin chispa, al aturdido Casanova que jamás hizo honor a su apellido.
barrida de la utopía por una distopía hecha realidad, con el cuerpo todavía embadurnado de firmamento, se arroja sobre el lienzo y lo goza una y otra vez, antes que rendir su desencanto a la corriente del tiempo.
cincel y maza en ristre, con calculada pose intelectual y el angustioso péndulo de las influencias orbitando sobre su cabeza, arranca al aire petrificado un relieve de gritos ahogados, antes de ser bañado y expuesto en formol por la crítica más entusiasta.
porque conviene andar voto avizor...
travesía del golfo de Roses, con viento de gregal y mar rizada, bajo un cielo raso de un azur sin matices, prístino. sentado en cubierta, sobrellevo los repizcos del sol primero, mientras sincronizo mi conciencia con el reloj sin manecillas del oleaje. sin ánimo para enfrentar la visión abisal del mar abierto, oteo a babor la vibrátil sucesión de playas, dunas y pinos, y los perfiles apenas intuidos de Empúries, Sant Martí o Roses, con no menor arrobo que aquellos mercaderes foceos que bendijeron a sus dioses al avistar esta costa virgen.
el trino del pájaro a primera hora de la tarde, tras la puerta entreabierta del balcón, vibrante y audaz como una paradoja, pletórico en su simplicidad regocijada. intuyes el minúsculo pecho henchido, el plumaje haciéndose luz; el aire inspirado vibra en la siringe y se reintegra al mundo en un canto perfecto que suspende la realidad llenándola de sentido.
aparece entonces la infame tentación de sorprender al cantor de cristal para enjaular su magia con la mirada. confiado, separas las hojas con felina sutileza y oteas el exterior con el rabillo del ojo, solo para constatar que del trino ya no queda sino sombra y silencio y un sedimento de acibarada irrealidad.
Llucià Navarro, mural a l'Hostal del Senglar (detall). |
la deserta, genuïna, inescrutable recepció -presidida pel mural de Llucià Navarro- i les sales annexes -amb els diorames amb escenes de la vida rural i la recreació de la cuina, el rebost i el celler d'una masia- són la via d'iniciació al passadís de foscor interminable. atretes per l'alè ressec dels seus passos, una munió d'ombres l'envolta amb el lent degoteig d'un ressò. ombres cansades de les formes, que en la seva vigília perpètua, masteguen llum i escupen temps, i secreten nostàlgia del blau del cel. es trasbalsa quan reconeix entre la obscuritat timbres, rialles i posats antics. ells, esbufegant, amb corbata i en cos de camisa; elles, amb el ventall de rigor: ombres del 76 en el saló del Rei Caçador. en el moment dels brindis, sent el ridícul desig de compartir el pòsit que deixà en els seus records d'infantesa aquella era sense presses, de negocis lucratius, agitació cultural i llibertat recobrada. només un marrec sense pales, que juga a les xapes sota les estovalles, para l'orella a aquell tafaner d'ombres sorgit d'un avenir del tot incomprensible.
Iseo, por Alma Estela M.-M. |
una migraña más, otro enjambre de aguijones de hielo trepando por la escala de sus sienes, forzándola a palpar con la cuenca de sus ojos el finisterre de la realidad, a tiznar de silencio la menguante pieza de su existencia.
recortarse los brazos cual Venus de Milo, alborotar de amapolas las greñas del alma, desmigar la sonrisa sobre el tazón de leche son solo pálidos exorcismos con que protege su intimidad de las escamas del sueño del mundo, a la espera de que el ojo de la tarde la despabile con un leve soplo de luz esmerilada.
Der Kuss, G. Klimt |
despojarse de un disfraz para enfundarse otro: camaleones.
columnas ciclópeas de informes y balances se elevan sobre sus cabezas, en equilibrio imposible de tensiones y urgencias. avezados a convivir con la amenaza de acabar sepultados en vida, intercambian caretas cuando uno de los oficiantes (con el que apenas comulgan) se interesa fingidamente por su cometido en la liturgia de la rentabilidad y los objetivos. finalizada la jornada, se sacuden la ceniza, y tras liberarse del uniforme, se regodean al oír el estruendo del desplome de la tramoya, vibrante como el beso que cancela el tiempo.
Imagen cortesía de Alma Estela M.-M. |
como quien penetra la prosa de los cuerpos con teatral insolencia y, tras imprevisto giro argumental, encuentra en el sexo apócrifo y la repostería su valor añadido. "al menos no me convertí en una oficina con patas", replica a su silueta, mientras hornea soliloquios en el obrador del ocaso.
Acontece, de Juan Genovés. |
aborta de raíz un par de esquemas previos para fiarlo todo al azar de las impresiones recogidas en lo alto del Micalet, Quart o Serrans, persuadido de que la primera mirada en su regreso a València ha de abrazar la de Juan Genovés, antes de anihilarse en el gentío reticular o el solitario zigzag de callejuelas y rincones inesperados; entre los puestos del Mercat o bajo la delirante pornografía de las gárgolas de la Llotja; en el palique de cafés y horchaterías o el noctívago jolgorio de las terrazas, consabido caballo de Troya del exilio vecinal.
Imagen de Iseo M.-M. |
autumn in New York, la Costa Brava en verano, castells a la plaça, sardanes a la planxa. callejeo por la baraja de la vida esquivando tahúres y péndulos. no hay relato sin conflicto ni revolución sin villanos. rueda la luna llena por la ruleta de la serpiente. ¿con qué se apasiona la palabra cuando la carne ya no apetece?
golpe a golpe, lecho a lecho, el crucero de Caronte acrecienta su pasaje con su experiencia de eternidad inolvidable. no es un viaje que me obsesione, concentrado como estoy -alma de velcro, corsario de stories vicarias- en acumular likes lanzando clickbaits de sintaxis huesuda. aburrido, a veces me relajo mirando en la vitrina al peripatético que sueña caminos y extraña los parajes que jamás conocerá.
se precisa superviviente de hipocresías globales y polémicas a degüello; del opio de la amnesia colectiva y la desinformación que es poder; del principio de Pareto y las místicas de la razón y la justicia; de los virus de la apatía, la ambivalencia y la revolución en bicicleta; del amor erizo, el sexo vegano y el metaverso sin poesía; de las metáforas de la locura, las vocales de Rimbaud o el ⬛ de Malévich; de los trenes perdidos y los saltos al vacío; de la banalidad que se regocija en el drama; del espantajo de la lucidez en hora punta; de saberse el más listo sin conocerse a sí mismo; del empeño en sobrevivir contra todo y contra todos.
Le bouquet de jonquilles, Paris 1950 (R. Doisneau) |
paréntesis de luz caracolean sobre la superficie del sueño. rehén de la desmemoria, una tibia melancolía colma de ecos la penumbra, dejando tu mente a merced de la lectura. abrumado por la realidad, coloreaste el mundo a través de otros ojos, espejos cómplices larvados de ausencia. no comprendiste nada, no aprendiste nada: no penetraba la luz en aquella selva de pasión densa como el deseo. revives en un chispazo el tormento y el éxtasis, pero cuán lejos estás de reconstruir aquellas conversaciones a las que ahora, instintivamente, quisieras aferrarte, al fin sanado de la quemadura de su cuerpo.
quizá fuera bajo esta misma forma de la materia desde la que escribo o en un tiempo tan anclado en el olvido como para concebirlo ficción. en una tarde (¿primaveral? ¿otoñal?) que agonizaba en la orilla, durante el paseo en barca, entre fresnos y sauces camino de Porqueres o ante las vitrinas de aquel museo de historia natural que erizaba el vello.